Los políticos deciden los tiempos, los
nombres, las formas, la selección y la organización de los diversos elementos educativos que conformamos
esta gran comunidad, es decir, lo que no hace muchos años llamábamos LOGSE,
ahora LOE y que en unos pocos años llamaremos LOMCE, no deja de ser eso, unas
siglas que dan cuerpo a un contenido más o menos acertado, según quien lo
analice.
Sí, ya sé que bajo unas u otras, subyacen
múltiples y diversos intereses, de acuerdo, no es lo mismo ni en el fondo ni en
la forma. Pero no es mi intención hacer un análisis pedagógico de los elementos
curriculares y sus cometidos.
Desde aquí reconozco, que lo único que
me ha empujado a escribir unas líneas en nuestro periódico, es poner de relieve
lo realmente importante de nuestra profesión, y que a mi juicio, es
precisamente, lo olvidado, lo nunca mencionado en leyes anteriores, ni explícita
ni implícitamente, y que mucho me temo, no van a recoger las que están por
venir.
Y no lo van a recoger entre otras
cosas, porque no se puede legislar, no se puede trasmitir bajo ningún decreto, ni
lo recoge ninguna editorial y además, no se enseña en ninguna facultad.
Esto de lo que hablo, como bien he
comprendido este año, sólo se aprende, si algún día tienes suerte y por
capricho del destino, acabas con tu maleta de maestro en un COLEGIO que
entiende que la educación se escribe y se vive en las trincheras de las aulas,
en las horas no remuneradas, en la comprensión de los alumnos y alumnas, en la
escucha de los padres, en la cooperación de los compañeros y compañeras, en la colaboración
desinteresada e incluso, en las comidas compartidas, donde siempre se acaba con
el mismo tema, “MIS ALUMNOS Y ALUMNAS”. Y tantos y tantos momentos que bien
conocen mis COMPAÑEROS Y COMPAÑERAS de La Vallina, que sin pretenderlo me han transmitido
cada día.
Esta “magia de la escuela”, aparece en
esos colegios desde el mismo momento que entras por la puerta. Respiras un aire
diferente; en la sala de profesores; en los claustros; en las conversaciones de
los pasillos; en cada rincón; en cada pared; cada poro pétreo del edificio te
va envolviendo en ella haciéndote partícipe del compromiso; del esfuerzo; del
sacrificio; de la exigencia; del conocimiento; en definitiva, de la seriedad
que requiere LA EDUCACIÓN.
Este año puedo afirma sin equivocarme,
que he formado parte de uno de esos colegios y que he percibido desde el primer
minuto su magia.
Por eso creo, que he aprendido más que
he enseñado, he aprendido que quiero parecerme a ellos y sobre todo a ellas, he
aprendido que hay cosas que las leyes, se llamen como se llamen, no enseñan, y sin
embargo, resultan imprescindibles para asentar las bases del desarrollo humano.
Gracias a mi paso por el CEIP de La Vallina, hoy me siento un
poco más maestro, sé que esto no da puntos en las oposiciones, pero ¡qué
alegría da cuando tus colegas, alumnado, padres y madres te sonríen y reconocen
tus esfuerzos! y sobre todo, perdonan tus carencias (que no son pocas)
Ahora que ya acaba el curso, y sin
saber que pasará mañana, quiero agradecer a toda la familia de La Vallina la impronta tan
agradable e imborrable que han dejado en mí, gracias de todo corazón y un
abrazo a compañeros y compañeras; alumnos y alumnas; padres y madres. ¡HASTA
PRONTO!
“Educar es como sujetar una pastilla de jabón:
si aprietas mucho sale disparada, si la sujetas con indecisión, se escurre
entre los dedos”
P. D.: Esta frase la descubrí
mientras tomaba un café en la sala de profesores del CEIP de La Vallina – Luanco.
Roberto Gutiérrez
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